viernes, 17 de febrero de 2017

Minuto 1

Don Francesco Totti, patrón de los veteranos
El fútbol es infinito. Es la dinámica de lo impensado (Dante rosarino dixit). Es movimiento perpetuo. Es cinta de Moebius. Es desafío a la termodinámica y victoria por goleada.

Siempre queda otro partido. Siempre que un árbitro pita el final del encuentro, otro silba el principio del siguiente. Siempre. El fútbol es el elixir que destilamos para perpetuar nuestra infancia. Seguir jugando y jugando, abusando de ese código troquelado en el reptiliano. Es seguir siendo siempre Aquiles.

Es verdad que los que ya peinamos canas, no digo en la cabeza, sino  en la barba, los que, como decíamos ayer, jugábamos en la plazuela con dos chaquetas de portería, los que hemos roto zapatos pateando un bote, los que teníamos como oro en paño la camiseta morada de Batigol, los que hemos probado en los recreativos a jugar con el  PSV Eindhoven o el Nápoles al arcade del Euro League, es verdad que vivimos con la espada de Damocles del partido- homenaje pendiendo sobre nuestros molidos huesos. Y, cosido a ese cansancio, a esa impotencia ante la inexorable decadencia de tu cuerpo siempre sobreviene, de vez en cuando, la mirada a la toalla en tu esquina del ring sopesando la posibilidad de echarla a la lona. Pero todos sabemos que la toalla nunca besará la lona, que antes será el peleador el que se desplome.

Después del primer tiempo, descanso, segundo tiempo, prórroga y penaltis vendrá otro primer tiempo, segundo, prórroga y penaltis. Y después otro. Y despúes tercer tiempo con tus hermanos. Y después dormiremos como niños porque nunca olvidaremos por qué nació Lobanovsky, porque  “Confieso que es muy rara la noche que no sueño con goles espectaculares, hermosos y míos”.

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