jueves, 9 de enero de 2014

ROMARIO-COLA DE VACA


Un jugador de dibujos animados", Valdano dixit
Desde que comenzó a andar Camarada Lobanovsky sucede, no que me canso de ser hombre, que diría Neruda (eso ya me ocurría antes) sino que se me llenan los pantalones, camisas y chaquetas de pequeños e irregulares trozos de papel con una, dos, no más de tres palabras escritas en lo que vendría ser el remedo físico de una idea. Una idea digna de Camarada, se entiende. Lo suyo sería llevar encima una libretita y anotar en ella esos retazos futbolísticos en un mar de rutina y día a día, pero la verdad es que el preocuparme de ella no sería sino añadir una marca más a la lista de olvidos diarios.

Hace un par de días encontré un triángulo de papel arrancado de la esquina de la factura de la revisión del coche (sic) en el que ponía tan solo “Romario-cola de vaca”; ayer, leyendo la sin duda detestable prensa deportiva, he visto que curiosamente se cumplen 20 años del memorable partido en el que el Barça se sacudió los complejos y la madriditis en cinco goles, encuentro que además enmarca la filigrana del maestro de dibujos animados Romario Da Souza Faria. La confabulación astral es más que evidente, no hay lugar a la casualidad.

Con la archiconocida cola de vaca de Romario me pasa como con el gol de Bergkamp (véase Camarada Lobanovsky, “El Gol, por Dennis Bergkamp”): podría pasarme la vida entera viéndolo, hipnotizado, una y otra vez, gozando de esas gotas de talento y genio como goza el artista mirando la Sixtina o como no menos goza el gorrino pachón en un charco de lodo fresco. Gloriosa, casi mística, secuencia de sólo tres toques de balón hilvanados por el suave deslizar de la pelota por el pasto. Control-regate-pase (que no tiro) al fondo de la portería convierten la nuca en rostro, la nada en todo, el agua en vino, en un abrir y cerrar de ojos…

El mito, como siempre, viene aderezado por detalles, pequeñas perlas que elevan, si cabe, lo divino a metafísico y que, por el contrario pasan desapercibidos para el ojo burdo o, como norma general, en este mundo de prisas y consumo rápido de información para la mayoría: el pasito al nordeste en el desmarque, el balón al pie de Pep Guardiola, el rabillo del ojo fijo en la marca y sobre todo, por encima de todas las cosas, el desistimiento, la derrota antes de que empiece la batalla, el golpe al aire, la no carrera, el veneno haciendo efecto de Rafael Alkorta… Romario da Souza era Muhammad Alí esquivando, brazos abajo, a golpe de cintura, los inocuos puñetazos de sus rivales. Era el vuelo de la mariposa y la picadura de la avispa… ese aguijonazo final, sutil, certero con el exterior del pie al palo largo lejos de los guantes del apagafuegos Paco Buyo. La esencia del fútbol fotograma a fotograma rubricada por un jugador de dibujos animados.


Por último, la banda sonora: en el minuto 24 de un 8 de enero veinte años ha, primero, el sempiterno silencio del Camp Nou… luego suspiro, casi susto, más que de admiración de incomprensión, de elipsis en las leyes de la termodinámica y al final, el trueno al batir el balón las redes. Por siempre, Romario cosido a su cola de vaca.