lunes, 29 de mayo de 2017

¡GRACIAS, OH CAPITÁN!


ESCENAS DE ROMA * Y DESPEDIDA


Subo por las ecaleras hacia   Plaza del Capitolio. La escalinata, diseñada por Miguel Ángel, está custodiada a derecha e izquierda por los Dióscuros, Antes de que el viajero pueda acceder la belleza áurea labrada en la cima de la colina,  Cástor y Polux, acogen y advierten a la vez al visitante. A medida  me acerco, observo algunos cambios en las magnas estatuas que tanto tiempo han estado grabadas en mis retinas. Ahora no son los hijos de Leda los que franquean la entrada de la plaza. Han cambiado ambos su rostro por el sereno y anguloso perfil romano de Francesco Totti, el  eterno capitán. Sin sorprenderme demasiado, observo el cambio, asiento y sigo mi camino. Los romanos saben honrar a sus héroes, me digo. Me dirijo ahora al museo capitolino, situado en uno de los edificios cuyas columnatas abrazan la plaza. Accedo a él tras pagar religiosamente una entrada nada barata, dispuesto a darme un atracón de arte e historia con el placer culpable del que tras semanas de dieta se come una tableta de chocolate a escondidas. Tras franquear la entrada, llego a un pequeño patio, donde varias estatuas parlantes me reciben. (Donde los romanos colgaban carteles para opinar sobre asuntos de la ciudad). En el otro extremo ve  otra escultura que me resulta familiar-. Un pie, un dedo, una cabeza... De tamaño ciclópeo todos estos miembros, ocupan una sombría esquina del patio, sin orden ninguno, como si alguien las hubiera dejado olvidadas allí.  Me esperaba algo más de  para colocar estos "highlights" del arte antiguo. Me paro a apreciar más de cerca el rostro de Constantino, y otra vez sucede. Otra vez no es el emperador, si no Francesco, cuya cabeza ya reposa lejos del bullicio de la Ciudad Enterna. Alguien, como si de una estatua parlante se tratara, ha colgado un cartel pintado en un trozo de cartón: "Tu tiempo se acabó". El hierático rostro del capitán parece aceptarlo con estoicismo. Yo me pregunto, a quién le habla ese cartel, ¿A él o a mi?

Cierro los ojos y sacudo mi cabeza para quitarme la imagen del capitán decapitado. Ahora estoy en el metro de Roma, estación de Palza España. Conmigo viene mi familia, somos cinco en total. Estoy discutiendo con un romano displicente y malencarado: El taquillero del metro. No me quiere vender cinco billetes por un problema con el cambio. Dice que tienen que ser cuatro o seis, no cinco,, quizá porque no tiene cambio de cincuenta céntimos, y las entradas valen uno cincuenta. Acepto mi derrota tras cinco minutos de discusión aritmética  sin e entender muy bien lo que dice, y me dirijo al otro taquillero, que está, literalmente espalda con espalda de este primero, compartiendo cubículo. El segundo  taquillero, menos temeroso de la aritmética, me vende los cinco tíquets sin problemas. Los reparto entre mi familia y entramos al metro. Dentro del vagón me observo que mi billete de metro es un homenaje a Totti en por su  39 cumpleaños. Observo, que los billetes que he repartido a los otros miembros de mi familia también perteneces a esta edición, son diferentes imágenes de Totti. Las recojo todas y las guardo como oro en paño. "Gracias, taquillero malencarado, musito para mis adentros", mientras el sucio vagón nos lleva a cualquier punto de la capital.



"Oh capitán mi capitán", dedicaba Walt Whitman a Abrahan Lincoln y declamaba Robin Williams en "El club de los poetas muertos",Hoy le decimos hoy a   "Oh capitán mi capitán, nuestro azaroso viaje ha terminado... "  Toda la comunidad del fútbol se pone de pie a aplaudirle. Los que rondamos su edad lo hacemos con nostalgia y con la seguridad de que se corta uno de los últimos hilos que hacía del fútbol un deporte tan maravilloso. El fútbol de la pasión y la lealtad por encima de la billetera. Muchas gracias por todo, y hasta siempre, capitán.

*Puede que algunos de los hechos relatados nunca sucedieran de esta forma.

Jose



GRACIAS FRANCESCO  

Simplemente gracias. Gracias por veinticinco años sin fichar por mi equipo. Gracias por tener palabra, por tener colores, por tener un corazón romano tan grande como el diez que llevas (siempre, no sólo hasta ayer) en la espalda. Gracias por sostener el último baluarte de lo que es un club deportivo de una ciudad, gracias por relegar los balones de oropel detrás de los balones y gracias por empecinarte en dejar en ridículo a los que vocean que, en el fútbol, entre mi honor y mi dinero, lo segundo siempre es lo primero.

Es triste pensar que es como un sueño, casi un milagro, que un talento italiano no haya jugado en ninguna de las millonarias escuadras del norte, pero es más triste despertar de ese sueño y pensar que ya no habrá más Capitano sosteniendo estoicamente la dignidad de un deporte moribundo a pesar de las cuentas de resultados de las empresas en que se han convertido los equipos. Siempre quedará tu ejemplo, aunque poco a poco se vaya empañando de jeques, fondos de inversión y contratos de imagen publicitaria. Al menos, para algunos de nosotros, nada emborronará tus setecientos ochenta y seis partidos en el equipo de la ciudad que te vio nacer y en la que, como ella, eres eterno, ni tu diestra de seda que acunaba el balón como si fuera de cristal y pudiere romperse, ni como a tus cuarenta años peleabas por el puesto con muchachos de veintitantos, peleado siempre con el banquillo. Algo se habrá muerto en todos nosotros cuando ayer el Olímpico manaba lágrimas a borbotones por sus más de setenta y dos mil ojos cuando el capitán entregó el brazalete, dejando secas las fuentes de la Ciudad Eterna.

Igual que loba capitolina amamantó a los huérfanos en los albores de la Ciudad de las Siete Colinas y vio nacer a Totti, ayer fue la Urbe quien quedó huérfana sin el sustento de Il Capitano. Mañana será otro día, un poco más gris, supongo.


Dani


viernes, 17 de febrero de 2017

Minuto 1

Don Francesco Totti, patrón de los veteranos
El fútbol es infinito. Es la dinámica de lo impensado (Dante rosarino dixit). Es movimiento perpetuo. Es cinta de Moebius. Es desafío a la termodinámica y victoria por goleada.

Siempre queda otro partido. Siempre que un árbitro pita el final del encuentro, otro silba el principio del siguiente. Siempre. El fútbol es el elixir que destilamos para perpetuar nuestra infancia. Seguir jugando y jugando, abusando de ese código troquelado en el reptiliano. Es seguir siendo siempre Aquiles.

Es verdad que los que ya peinamos canas, no digo en la cabeza, sino  en la barba, los que, como decíamos ayer, jugábamos en la plazuela con dos chaquetas de portería, los que hemos roto zapatos pateando un bote, los que teníamos como oro en paño la camiseta morada de Batigol, los que hemos probado en los recreativos a jugar con el  PSV Eindhoven o el Nápoles al arcade del Euro League, es verdad que vivimos con la espada de Damocles del partido- homenaje pendiendo sobre nuestros molidos huesos. Y, cosido a ese cansancio, a esa impotencia ante la inexorable decadencia de tu cuerpo siempre sobreviene, de vez en cuando, la mirada a la toalla en tu esquina del ring sopesando la posibilidad de echarla a la lona. Pero todos sabemos que la toalla nunca besará la lona, que antes será el peleador el que se desplome.

Después del primer tiempo, descanso, segundo tiempo, prórroga y penaltis vendrá otro primer tiempo, segundo, prórroga y penaltis. Y después otro. Y despúes tercer tiempo con tus hermanos. Y después dormiremos como niños porque nunca olvidaremos por qué nació Lobanovsky, porque  “Confieso que es muy rara la noche que no sueño con goles espectaculares, hermosos y míos”.

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jueves, 5 de enero de 2017

EL ÚLTIMO PARTIDO



PRIMERA PARTE




El fútbol apareció en nuestras vidas como algo que siempre había estado allí, como las piedras de Stonhenge, como los menhires de Carnac, como el puente romano, como el dinosaurio de Monterroso.  Nunca nos preguntamos sobre su origen, ni sobre su por qué. Lo normal es que entre los juguetes de la más tierna infancia apareciera un balón, y ya desde entonces, nos dedicamos a darle patadas con más o menos fortuna... Si no era la familia eran los amigos, y si no los compañeros de clase, el fútbol estaba por todos los lados, no como ahora, que está por todos los lados menos donde debe: en las plazas y los parques.

 Así crecimos, así hicimos nuestras primeras amistades de fútbol, fuera de los círculos impuestos por adultos, familia y escuela, y también nos granjeamos nuestros primeros enemigos, vivimos nuestras épicas victorias, nuestras derrotas, aprendimos a quién había que pasársela para que te la devolviera y a quién para que te resolviera el partido, aprendimos a cuidarnos del bestia que daba hostias como panes y dejaba su sello en tus espinillas después de cada partido, aprendimos que a veces, el gordo o el tirillas que se ponía de portero porque no valía para nada más, podía erigirse en el héroe descubriendo habilidades que ni él mismo sabía que tenía. Jugábamos en el patio, a la hora del recreo, con dos mochilas, o dos chaquetas como portería, jugábamos en la plazuela de San Juan de Sahagún, aterrorizando con nuestros balonazos a las señoras que salían de misa, jugábamos en casa, con una pelota de lana, jugábamos en el prado de al lado del frontón en el pueblo, destrozando sitemáticamente las rodilleras mil veces remendadas de los pantalones vaqueros del pueblo, a base de hacer tacklings  y palomitas que ni en Wembley se habían visto.

También en aquella época comenzamos a tener nuestos héroes, los grandes, los de los pósteres, cuando el fútbol era en la 2 los sábados a las ocho y media, "por la 2 de la Peña de Francia"la Copa de Europa se jugaba los miércoles en TVE y el fin de semana nada de rosario de partidos a mayor gloria de los derechos televisivos. Horario de invierno, todos a las cinco, horario de verano, todos a las siete, en la radio, Tablero Deportivo, de Juan Manuel Gozalo, sonando en el coche de mi padre según volvíamos del pueblo. Gol en las Gaunas, penalti en BalaídosPolster en el Logroñés, El Tato Abadía, los cromos de Panini.. la Bulgaria de Stoichov, la Suecia de Larsson, el poster de Koeman en la habitación, "El día después" los lunes... Era la época en la que nuestros ídolos eran SEÑORES, adultos heroicos de una edad indeterminada, a la que por supuesto nunca íbamos a llegar, no porque no pensáramos vivir largos años, si no porque el transcurrir del tiempo era un tema que ni siguiera llegábamos a concebir.

DESCANSO

Llegó la adolescencia, y  fuimos guardando los playmobil, los lego y los Gi Joe, nos adentramos en el extraño  y esquivo (para algunos) mundo del flirteo con el sexo opuesto,  del aparentar,  y del molar,  y del ¿vacilar? (nunca supe qué es eso)  y del simular ser adulto,  y  cayeron los primeros litros de calimocho, y nos dejamos seducir por los placeres de la fascinante noche. Esa fue la primera criba. Muchos abandonaron el fútbol y se acercaron a actividades más cool en ese momento, el skate, el baloncesto (Air Jordan mediante), o simplemente claudicaron ante el imperativo biológico de que dar patadas a un balón no es una actividad apta para todo tipo de psicomotricidades,  y se dedicaron a actividades más intelectuales. Otros sin embargo, abrazamos la noche, abrazamos el rock, abrazamos el rol (con una ele solo) y aún así mantuvimos, esa toma de tierra a nuestra infancia que es el balón, quizá el único juguete que puede acompañar a un hombre desde la cuna hasta la tumba. Era la época de los partidos de resaca, de bajar a la Aldehuela tres colegas y montarnos el partidito, donde fuera con quién estuviera allí, de los primeros desafíos a la autoridad (el encargado de las pistas), de descubrir nuevas amistades, de crear el ritual, todos los sábado por la mañana, a cuarenta grados o a cero, con lluvia o con nieve,  y disputar nuestra dosis semanal, hubiera exámenes o fueran plenas vacaciones estivales. Los caminos de ida y vuelta con los compañeros de equipo por toda la ciudad fueron una forja de amistad cuyos cimientos siguen intactos hoy veinte años después. De esos partidos salieron algunos de mis mejores amigos, y aunque algunas mentes pequeñitas no lo entienden (fútbol, aggh, qué poco intelectual), de la parte nos fuimos al todo y del fútbol nació el arte, nació la música, nació la literatura, nació la curiosidad por el mundo en que vivimos.

SEGUNDA PARTE

La juventud no existe más allá de ser recuerdos que te asaltan cuando dejas de ser joven. La juventud son las anécdotas que evocas cada vez que te juntas con esa gente con la que compartes recuedos... La juventud no existe porque la juventud es la vida, para ello está diseñado el sistema, los anuncios son para ti, los protagonistas de las series y películas son de tu edad, el instante solo existe para disfrutarlo, no hay futuro, ni en el sentido punk ni en el sentido epicúreo del término. Es la época en la que los jugadores tienen más o menos tu edad, solo de coña te planteas que mientras un chaval de tu edad está ganando millones, copas de Europa, copas del Mundo, tú andas viendo tu vida pasar sin saber muy bien cuál va a ser la camiseta que te vas a poner mañana. Es un acto de reflexión, que en términos vitales, dura un segundo, se pasa con el siguiente trago, con la siguiente risa. 


Universidad o Formación Profesional, 

paro o trabajo,  fin de semana tras fin de

semana, concierto a concierto, libro tras libro, construíamos nuestra propia idiosincrasia, hicimos nuestro grupo y nuestro equipo en un ente que se fusionaba, tanto en las canchas como en las barras. Habíamos cambiado el PC Fútbol por el ISS, estábamos asistiendo, sin saberlo entonces, a la muerte del fútbol como deporte de masas y al surgimiento del negocio multimillonario de imágenes y derechos. Pero por encima de todo, era la época de tres partidos a la semana más la el Trofeo Diputación el fin de semana, durante quince años, jugando como equipo de barrio, con los colegas, la mejor forma de disfrutar las victorias y digerir las derrotas. Marcado en el calendario semanal como el hito que nos sacaba de la rutina, jugar en La Maya era como ser del Rayo Vallecano, te daba más disgustos que alegrías, pero había algo irresistiblemente magnético que te hace año tras año querer seguir ahí. Así es como inevitablemente nos fuimos haciendo mayores: Los primeros años, los partidos eran por la mañana y jugábamos de resaca. Más tarde los partidos eran por la tarde, y jugábamos de resaca. Finalmente, los partidos eran por la tarde, y el día anterior había que dormir para no sufrir un infierno mientras intentabas darle patadas al balón.

FIN DE PARTIDO

Empecé el primer post de Camarada Lobanovsky haciendo referencia a la cita de Camus en que reza "todo de lo que la vida sé, en el fútbol lo he aprendido", Es la idea que ha subyacido en este proyecto desde el minuto uno, unir el balompié  con la todas las aristas de la vida, el fútbol como metáfora perfecta de casi cualquier situación vital. Y digo casi,porque falla en uno de los grandes chekpoints vitales: El final. El final del partido está pautado, 90 minutos + descuento. El último partido de los jugadores profesionales conlleva un ritual de sustitución, aplauso, y agradecimiento, más quizá un epílogo en forma de partido homenaje. No así en la vida del futbolista por placer, el de la calle, que  no sabe cuál el último partido que va  a jugar, antes de que la rodilla, o la espalda, o el jefe le haga  crack definitivamente y le impidan volver a disfrutar del deporte rey si no es desde la grada con una cerveza en la mano. Los finales son cosas de las películas y de los futbolistas profesionales, la vida no tiene créditos.




Los que seguimos jugando al fútbol a los treinta, y más allá, ya hemos pasado de largo en edad a los ídolos. Es la época en la que los futbolistas son chavales que hacen cosas extraordinarias. Sólo quedan unos cuantos héroes de tu generación que se han mantenido en la élite. TottiBuffonDel Piero,
Es la etapa en la que te marcas este límite: Cuando se retire Totti dejo el fútbol, cuando se retire Buffón... La necesidad de tener un final marcado, la ilusión de que vas a dejar de hacerlo cuando tú elijas y no cuando las circunstancias te aparten a patadas de las canchas, el titánico trabajo de aplazar el implacable avance del atardecer...



¿PRÓRROGA?



Tiene el mes de septiembre un halo melancólico como de despedida, es un adiós lento y perezoso a las vacaciones, a las playas, a las tardes largas, a los bullicios callejeros y a la manga corta. Durante los últimos días de agosto los días se han ido haciendo más cortos y ha caído alguna tormenta, como avisando que lo bueno está por terminar, como los silencios incómodos y las malas caras que se cuelan donde antes había risa y caricias.  Es septiembre el final del todo vale, de los amores de verano, del dolce fare niente. Es más incluso que enero, un mes para la reflexión, el mes de pensar en el futuro, Marcado por el fin del ciclo agrícola y el inicio del curso escolar, estamos acostumbrados a resetear y prepararnos para lo que viene. También es por su puesto, el mes de la vuelta del fútbol con todo su esplendor, lejos ya de los clásicos torneos veraniegos que calman las ansias de los más viciosos y e las perezosas jornadas de agosto que van anunciando que lo bueno está por terminar. Fue en septiembre cuando decidí escribir este canto de cisne, con la doble intención de despedirme, no a la francesa, para variar, del fútbol y del blog. Por un lado un largo período de inactividad futbolística producido por lesiones que se iban reproduciendo hasta impedir la práctica del juego, por otro un cierto hastío vital- futbolístico, me hicieron tomar la decisión. Resulta que unos meses después, he podido volver a las canchas, siempre con dolor, siempre al setenta por ciento, siempre con el aviso de que el depósito está en lar reserva, pero a jugar y a disfrutar al fin y al cabo. También resulta complicado despedirse del blog con el que tanto he disfrutado, así que cerraré la puerta, pero no echaré la llave. Se podría decir que estoy viviendo la prórroga, pero sabiendo que es, como todas las prórrogas, el anuncio del inmimente final, que es el alargue innecesario pero gozoso de algo que se podía haber resuelto antes, como cuando vuelves con tu ex-,  una decisión que sabes que te va a dar buenos momentos, pero que inevitablemente te conducirá a un melancólico y  oscurecido final. Todo sea, por no hacerme, definitivamente, "adulto".