ESCENAS DE ROMA * Y DESPEDIDA
Subo por las ecaleras hacia Plaza del Capitolio. La escalinata, diseñada por Miguel Ángel, está custodiada a derecha e izquierda por los Dióscuros, Antes de que el viajero pueda acceder la belleza áurea labrada en la cima de la colina, Cástor y Polux, acogen y advierten a la vez al visitante. A medida me acerco, observo algunos cambios en las magnas estatuas que tanto tiempo han estado grabadas en mis retinas. Ahora no son los hijos de Leda los que franquean la entrada de la plaza. Han cambiado ambos su rostro por el sereno y anguloso perfil romano de Francesco Totti, el eterno capitán. Sin sorprenderme demasiado, observo el cambio, asiento y sigo mi camino. Los romanos saben honrar a sus héroes, me digo. Me dirijo ahora al museo capitolino, situado en uno de los edificios cuyas columnatas abrazan la plaza. Accedo a él tras pagar religiosamente una entrada nada barata, dispuesto a darme un atracón de arte e historia con el placer culpable del que tras semanas de dieta se come una tableta de chocolate a escondidas. Tras franquear la entrada, llego a un pequeño patio, donde varias estatuas parlantes me reciben. (Donde los romanos colgaban carteles para opinar sobre asuntos de la ciudad). En el otro extremo ve otra escultura que me resulta familiar-. Un pie, un dedo, una cabeza... De tamaño ciclópeo todos estos miembros, ocupan una sombría esquina del patio, sin orden ninguno, como si alguien las hubiera dejado olvidadas allí. Me esperaba algo más de para colocar estos "highlights" del arte antiguo. Me paro a apreciar más de cerca el rostro de Constantino, y otra vez sucede. Otra vez no es el emperador, si no Francesco, cuya cabeza ya reposa lejos del bullicio de la Ciudad Enterna. Alguien, como si de una estatua parlante se tratara, ha colgado un cartel pintado en un trozo de cartón: "Tu tiempo se acabó". El hierático rostro del capitán parece aceptarlo con estoicismo. Yo me pregunto, a quién le habla ese cartel, ¿A él o a mi?
Cierro los ojos y sacudo mi cabeza para
quitarme la imagen del capitán decapitado. Ahora estoy en el metro
de Roma, estación de Palza España. Conmigo viene mi familia, somos
cinco en total. Estoy discutiendo con un romano displicente y
malencarado: El taquillero del metro. No me quiere vender cinco
billetes por un problema con el cambio. Dice que tienen que ser
cuatro o seis, no cinco,, quizá porque no
tiene cambio de cincuenta céntimos, y las entradas valen uno
cincuenta. Acepto mi derrota tras cinco minutos de discusión
aritmética sin e entender muy bien lo que dice, y me dirijo al otro taquillero, que está, literalmente
espalda con espalda de este primero, compartiendo cubículo. El segundo taquillero, menos temeroso de la aritmética, me vende los
cinco tíquets sin problemas. Los reparto entre mi familia y entramos
al metro. Dentro del vagón me observo que mi billete de metro es un
homenaje a Totti en por su 39 cumpleaños. Observo, que los billetes que he repartido a los otros miembros de mi familia también perteneces a esta edición, son diferentes imágenes de Totti. Las recojo todas y las
guardo como oro en paño. "Gracias, taquillero malencarado,
musito para mis adentros", mientras el sucio vagón nos lleva a
cualquier punto de la capital.
"Oh capitán mi capitán",
dedicaba Walt Whitman a Abrahan Lincoln y declamaba Robin Williams
en "El club de los poetas muertos",Hoy le decimos hoy a "Oh capitán mi capitán, nuestro azaroso viaje ha
terminado... " Toda la comunidad del fútbol se pone de pie a aplaudirle.
Los que rondamos su edad lo hacemos con nostalgia y con la seguridad
de que se corta uno de los últimos hilos que hacía del fútbol un
deporte tan maravilloso. El fútbol de la pasión y la lealtad por encima de la billetera. Muchas gracias por todo, y hasta siempre,
capitán.
*Puede que algunos de los hechos relatados nunca sucedieran de esta forma.
Jose
GRACIAS FRANCESCO
Simplemente gracias. Gracias por
veinticinco años sin fichar por mi equipo. Gracias por tener
palabra, por tener colores, por tener un corazón romano tan grande
como el diez que llevas (siempre, no sólo hasta ayer) en la espalda.
Gracias por sostener el último baluarte de lo que es un club
deportivo de una ciudad, gracias por relegar los balones de oropel
detrás de los balones y gracias por empecinarte en dejar en ridículo
a los que vocean que, en el fútbol, entre mi honor y mi dinero, lo
segundo siempre es lo primero.
Es triste pensar que es como un sueño,
casi un milagro, que un talento italiano no haya jugado en ninguna de
las millonarias escuadras del norte, pero es más triste despertar de
ese sueño y pensar que ya no habrá más Capitano sosteniendo
estoicamente la dignidad de un deporte moribundo a pesar de las
cuentas de resultados de las empresas en que se han convertido los
equipos. Siempre quedará tu ejemplo, aunque poco a poco se vaya
empañando de jeques, fondos de inversión y contratos de imagen
publicitaria. Al menos, para algunos de nosotros, nada emborronará
tus setecientos ochenta y seis partidos en el equipo de la ciudad que
te vio nacer y en la que, como ella, eres eterno, ni tu diestra de
seda que acunaba el balón como si fuera de cristal y pudiere
romperse, ni como a tus cuarenta años peleabas por el puesto con
muchachos de veintitantos, peleado siempre con el banquillo. Algo se
habrá muerto en todos nosotros cuando ayer el Olímpico manaba
lágrimas a borbotones por sus más de setenta y dos mil ojos cuando
el capitán entregó el brazalete, dejando secas las fuentes de la
Ciudad Eterna.
Igual que loba capitolina amamantó a
los huérfanos en los albores de la Ciudad de las Siete Colinas y vio
nacer a Totti, ayer fue la Urbe quien quedó huérfana sin el
sustento de Il Capitano. Mañana será otro día, un poco más
gris, supongo.
Dani